jueves, 3 de febrero de 2011

Si todo va bien


- Pase y siéntese- me dice. No me mira a la cara siquiera. Enfrascada en los informes, podría reconocer mi retina entre mil pero apenas si conoce mi mirada.

Tan aprensivo como soy, cualquier gesto que yo no controle me pone la mosca detrás de la oreja.

-Quítese las gafas, apoye la barbilla y pegue bien la frente, no cierre los ojos, no parpadee, quieto ahora. 

Comienza la prueba. Me fotografía el ojo, me hace una tomografía. El fogonazo último me deja ciego por un instante. La máquina se interpone entre los dos. Ha vuelto a mirar dentro de mí, pero no me ha visto. Sigue sin saber como es mi cara.

Se pierde en cálculos, observa bien el resultado. No me habla. Yo me desespero, y me temo lo peor. No puedo evitarlo. 

Ser tan aprensivo es lo que tiene. La angustia que me produce una simple mancha en la piel es casi insoportable. Para mí es como el síntoma de la más grave de las enfermedades. Luego me tranquilizo al comprobar que era sólo una gota del café que tomé en el desayuno. Me río de mí mismo, por no llorar.

No, no soy hipocondríaco, no. No estoy obsesionado con la salud, en absoluto. Ni me invento dolencias que no padezco, ni síntomas. Pero si tengo algo, casi siempre, me temo lo peor.

Si logro que me mire a la cara conseguiré tranquilizarme. Para controlarme un poco ante un médico no paro de preguntar de todo y por todo. Pero hoy me cuesta empezar. Después de un rato callados consigo preguntarle. ¿Hay algo malo?- le digo. No le pregunto si va todo bien, al contrario, la pregunta ya lleva la carga negativa, predisponiéndome a una respuesta desalentadora.

Me inclino, evito la dichosa máquina que se interpone entre nosotros y logro por fin que mire mis ojos y mi cara y  así pueda descubrir en ellos el miedo que tengo. Le pregunto de nuevo si hay algún problema. Mira a la pantalla, ordena los informes.


Ahora me tutea y yo ya no quiero desconfiar. Tienes una excavación en el nervio óptico... ¡Dios, lo sabía! ¡Estoy perdido! Sin embargo ella continúa - ...que es completamente típica de un ojo miope. Me ha desarmado.

Me mira a la cara. La miro a los ojos y ella adivina el miedo en los míos. He dejado de ser un conjunto de síntomas y he pasado a ser una persona con un problema y una angustia.

Habla claro y despacio para tranquilizarme. Lo logra. No te preocupes - me cuenta – la excavación es normal en los ojos miopes, el tema de la tensión ocular es debido a la anchura de tu cornea, por lo que cada vez que te la midan han de restar un factor de corrección, que en tu caso – calcula – será de menos seis. Por otra parte – continua - la campimetría es completamente normal y el resto de las pruebas también, así que puedes continuar con tu vida normal. Todo está bien.

Respiro al fin. He dejado de verla como a una médica fría y profesional y la miro ahora con otros ojos. Me comprende y entiende mi angustia.

¡No sabe usted la alegría que me da!- le digo. Y se me saltan las lágrimas. Será por ese último fogonazo que todavía tengo impreso en el cerebro. Como cuando miras al sol fijamente y después todo lo que ves mantiene su destello. Será por eso, y por el año y medio de controles que llevo y por la necesidad de que todo esté bien cuando más tiene que estarlo.



¡No se imagina usted la alegría que tengo! Le repito, mientras me limpio la lágrima. No será la última que derrame hoy, tampoco será la única alegría.

Si todo está bien, todo va bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya relato Antonino! Estás pletórico, ¿no?