miércoles, 20 de julio de 2011

Un miércoles de julio

Día de bodas. En Volgogrado las bodas suelen celebrarse generalmente los miércoles o los viernes, pero es el sábado el día de la semana que con más frecuencia se elige por parte de los novios para celebrar su matrimonio. 
Es interesante observar, como un elemento externo a la celebración, la curiosa manera de adornar los coches en los que se desplazarán los novios ese día. La flores y cintas fucsias predominan en el exorno floral, que desde los parachoques delanteros se entrecruzan hasta llegar al techo del coche donde encontraremos, siempre, el elemento más controvertido. Cisnes con los largos cuellos enrollados uno al otro o palomas blancas aleteando.

Destacando sobre todos, el uso repetido y masivo de dos anillos entrelazados, especialmente dorados y de diverso tamaños. 

Tras la ceremonia, los novios suben a sus coches junto con los padrinos, que suelen ser los mejores amigos de los novios, que se distinguen por vestir, cual reyes de la belleza, una banda de color rojo. Se desplazan por la ciudad seguidos por otros coches con los invitados más íntimos haciendo sonar la bocina de sus coches. 

Finalmente llegan al Paseo de los Héroes. Ese largo bulevar que desde la Calle de la Paz baja hacia el Volga. Y es justo en este punto donde se realiza la primera parada.

Entre el intenso tráfico, los novios se hacen fotos ante la estatua de Alexandre Nevski, el héroe del medievo ruso, que por su defensa del rito ortodoxo frente a los católicos suecos y a los tártaros fue elevado a los altares de las iglesias rusas y nombrado patrón de la ciudad. 

Luego los novios cruzarán la calle y se adentrarán en le Paseo de los Héroes. Liberarán dos palomas blancas al cielo, se fotografiarán con la familia, y empezarán el periplo de fotografías imprescindibles en cualquier álbum de fotos de boda. 

La foto ante el memorial a los Héroes nacidos en Volgogrado, el Árbol de Volgogrado, el primero del que brotaron hojas tras la batalla que asoló la ciudad durante la guerra patriótica, que es como aquí llaman a la segunda guerra mundial. 

Otra foto más, un nuevo retoque a la novia un trago de vodka para todos. 

La debida foto frente al Volga, impresionante ahora que el deshielo ha elevado su nivel y aumentado su anchura, aunque no tan impresionante como en primavera, lo que permite la navegación de los cargueros que desplazan personas y materiales desde el norte al sur de este inmenso país. 

Una nueva fotografía ante el monumento a los Milicianos Internacionales que lucharon en la Batalla de Stalingrado: Cosacos, Tártaros y Europeos. Y, en los que destaca, entre todos los nombres, el de un español. Cuesta trabajo leer su nombre, al estar escrito en alfabeto ruso: Капитан Ибаррури Рубен Руис. Capitán Rubén Ruiz Ibarruri, muy querido en esta tierra, muerto en la defensa de la estación de trenes en septiembre de 1942. 

Finalmente, el rito debido y deseado por todas las chicas casaderas. El depósito del ramo de novia en el memorial a los Héroes de la Batalla que hizo famosa a esta ciudad. Detrás, el obelisco de los Héroes de la guerra civil de 1920. El fuego eterno arde frente a la corona de honor. Allí quedan las flores y los últimos ritos. 

Los sábados, también, durante el curso escolar, los colegios se pugnan el honor de que sus escolares realicen una guardia simbólica en el monumento. Los niños viven este hecho como un verdadero honor y con la mayor de las ilusiones. 

Sin duda, el mayor respeto que una sociedad muestra a sus ilustres defensores y héroes. La ilusión en el futuro, plasmada en la esperanza que representan los nuevos matrimonios y los niños de la ciudad, recordando a quienes quedaron atrás. 

Hoy, justo en estos días que tantas cosas se conmemoran, mi hijo y yo hemos llevado también algunas flores. 

Unas pocas las hemos dejado en el lugar donde se recuerda al joven capitán español, y un ramo en el memorial a los soldados muertos en la batalla de Estalingrado.  

Claveles con los tres colores que, desde hace más de cien años, han venido representando en nuestro país la ilusión por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Flores en recuerdo de los que no están, de los que mueren en la guerras tristes, de los inocentes y los represaliados.  

Flores que muestran nuestra esperanza en el futuro y flores, al fin, de agradecimiento a esta maravillosa tierra cuyo fruto hoy comparte con nosotros. 





martes, 19 de julio de 2011

Mañana no, después tampoco. Al otro, al otro.

Pap está como una cabra. Me gusta que sea así. Hincha los mofletes, abre los ojos, arquea las cejas y emite pedorretas al mismo tiempo. No sé muy bien como lo hace pero no puedo parar de reir.

Mam es más tranquila, me canta canciones y me cuenta cuentos. Me gusta que me coja y me abrace y me bese.


Los tres jugamos a muchas cosas. A mi me gusta coger piedras del suelo, arrancar hojitas de los árboles o perseguir al gatito. Nos gusta salir corriendo hacia un grupo de pajarillos y verlos salir volando, todos al mismo tiempo.


Mam y Pap vienen a verme todos los días. Y no me gusta que se retrasen. Por la mañana me recogen en el área de juegos y yo les digo que se esperen, que me tengo que poner los zapatos. Pero no sé bien si logro que me entiendan. Son un poco torpes. Bueno, yo tampoco los entiendo algunas veces, porque hablan muy raro y muy alto. 

A veces no se enteran de nada de lo que les estoy diciendo y no me hacen caso. Eso no me gusta y me enfado. Pero se me pasa pronto porque Pap y Mam me dan muchos besos. 

Saben muchas cosas de mi. Yo creo que Irina les ha contado algo, porque me traen comidas que me gustan mucho. Y sobre todo galletas. Antes me traían más, pero creo que Sasha les ha dicho algo de que se me suelta la barriga. Tengo que hablar con ella. 

Ayer me trajeron una cosa que al principio no me gustaba mucho. Pap jugaba a que era un avión y movía la cuchara en el aire y Mam lo probaba y luego yo me reía y al final me comía un poquito. Pap se cree que no me doy cuenta, pero él no lo prueba. Pone cara rara cuando lo huele y hace que lo prueba, pero yo sé que no. Svetlana le ha dicho a Mam que el requesón es muy bueno para mí. 

Hoy he oído un ruido en el cielo y he visto un pájaro grande y verde. Dice Pap que muy pronto los tres iremos a casa en uno de esos. Y me da besos.

Pap ya no pincha cuando me besa. Ya no tiene tanta pelusa oscura en la cara, de esa que raspa. Creo que Mam le ha dado una medicina para que no le salga tanta. 

Mam huele a galletas y a mi eso me gusta mucho. Me canta canciones que no entiendo pero que me hacen mucha gracia. Una de un gato y unas natillas, y la baila con Pap al mismo tiempo. También me canta otra de un muñeco más chico que un tapón. Pero yo no lo veo, supongo que es porque los tapones son chicos.
 
Pap también canta canciones, pero esas si que no las entiendo. Que si una caperucita que vive con tres cerditos, que si un lobo bueno que vuela por los cielos o que si en un castillo vive un mago que sabe hacer todas las comidas del mundo mundial. Son raras ¿a que sí? Pero las cuenta de una forma que no puedo dejar de reir. 

Pap me trae globos, los infla y los cierra con un nudo. Jugamos un rato con ellos y luego yo los cojo y le doy palmaditas para que Pap se dé cuenta de que quiero que los pise y los explote. El otro día reventamos tres, pero dice Pap que ya no lo haremos más, por lo menos hasta que lleguemos a Sevilla, porque el guarda de la Casa Cuna, el del pelo blanco, vino corriendo asustado porque creía que estaban disparando o yo qué sé. Y Pap pasó mucha vergüenza. Luego nos reímos mucho los tres. El guarda también se ríe ahora cuando ve a Pap, que se le pone roja toda la cara. 

Mam me cuenta cosas que vamos a hacer cuando vayamos a casa. Me dice que cerca está el Guadalquivir, y que vamos a ir a pasear con Pedro, Jesús y Carmen. Iremos al parque donde estaremos con Leo y Laita. Y en la Alameda seguro que nos encontramos con Diego y Alejo y a lo mejor también vemos a David.

Dice Mam que los abuelos no viven en Sevilla, sino en Almodóvar. Tiene un castillo muy grande. Más grande que los que Pap hace con las piezas de colores. Ese seguro que no puedo tirarlo con la mano. Allí iremos a la piscina de la tita May y el tito Rafa y jugaremos con los primos en el agua. 

Pap dice que allí comeremos tortilla y salmorejo. Que el abuelo Luis y la abuela María vendrán con nosotros a pasar la tarde con el primo Carlos, el primo Pablo y la prima Rocío. Luego, dice, que la prima Marisaluchica y el primo Rafa me sacarán de paseo. 

Para cenar la tita Pepa habrá hecho croquetas y el tito Juan tocará la guitarra. Dice Mam que las croquetas no son como las de aquí, pero que me van a gustar mucho. La tita Inma y el tito Juanchu me traerán heladito de los Roldanes, que dice Mam que está requebueno. 

Dice Pap que cuando sea Domingo vamos a comer blinis y churros. Me ha contado un rollo del hermanamiento de dos pueblos y todo eso, pero todavía soy muy chiquito para poder entenderlo. Dice que los blinis los ponemos nosotros y los churros el tito Jose y la tita Mariri, que seguro que vienen con la prima Ana, que también tiene muchas ganas de verme. 

La abuela Anita también hace muy buenas las croquetas, pero las de pescado, que dice Pap que también están muy ricas. Dice Mam que allí vamos a jugar con Uma que me quiere dejar muchos de sus juguetes. 

La tata me llevará a ver los conejos y el Nono me va arreglar el pelo, que lo tengo un poco descuadrado. 

Dice Mam que el tito Pepe ha preparado un chiringuito en la terraza de la abuela. Yo no sé que es un chiringuito, pero dice Pap que hay agüita y sombrita y que seguro que me gustará jugar allí con el primo José Angel y la tita Ana. 

El primo Francisco me va a llevar a la playa, con la tita Loli y el tito Paco. Pero dice Mam que como soy tan rubito y blanquito me tengo que poner mucha crema para que el sol no me haga daño. 

Me cuentan muchas cosas que vamos a hacer juntos y me habla de mucha gente, que yo no conozco pero que dice Mam que están deseando de verme. No recuerdo bien los nombres, porque son muchos, muchos, muchos y todos quieren mucho a Pap y Mam y ellos también los quieren mucho, porque cuando me hablan de ellos se les ve muy felices. 

Sé que vamos a hacernos fotos en el río, a montar en una bicicleta roja y a jugar con una perra llamada Migua. Que  a lo mejor vamos a Barcelona a ver a los primos y a la Mariquilla. Que nos vamos a comer un perol en un parque periurbano de un rincón de José, pero de eso no me acuerdo muy bien. También sé que hay un gato chulo que me espera asomado a una ventana. 

Dice Pap que voy a conocer a la mujer montaña, y que vamos a ver la berrea de los ciervos en Hornachuelos. Que iremos al Pumarejo a tomarnos una tapita de caracoles y que un día me va a llevar donde nace el Guadalquivir. Mam dice que Pap me va a contar un cuento que se llama "Tatán y los archiveros", pero que todavía está pensándolo porque tiene que terminar el de "Los pintores que jugaban al paddle". Pap también me ha dicho que me va a llevar a ver al mejor equipo de fútbol del mundo, pero ya no me acuerdo de si es el Sevilla o el Barcelona. Uno de los dos será.

Dicen que ya falta poco para que estemos todos juntos en casa y yo tengo muchas ganas llegar y de que estemos todos reunidos y poder conocerlos a todos. Dice Pap que mañana no, que al otro, tampoco, pero al otro, al otro sí, ya estaremos en casa. ¡qué ganitas tengo!

miércoles, 13 de julio de 2011

Maravillosa rutina

Suena el despertador. Tenemos que ponernos en marcha. Aunque llevamos despiertos más de dos horas, esta es la alarma que marca el inicio de nuestra jornada. Desde que amaneció, sobre las cinco de la mañana, estamos despiertos. Leyendo, contestando correos, revisando el “feisbu” o leyendo las ediciones digitales de los periódicos. Pero es a las ocho y media cuando comienza nuestra bendita rutina. Recogemos la habitación, nos aseamos, preparamos las cosas que nos vamos a llevar y bajamos a desayunar. 

La peculiaridad que el desayuno tiene es que el noventa por ciento de lo que hay de comestible no tenemos ni idea de lo que exactamente es. Los huevos son huevos, pero esas albóndigas oscuras ¿serán de ternera? ¿de cordero? Ana, más valiente que yo, va probando y, conociéndome, me va diciendo el porcentaje de probabilidad de que me guste o no ¡Delicadito que es el niño! 


Al final, una taza de café con leche, zumo de naranja, un par de huevos fritos y unas patatas asadas, que están deliciosas. Probamos unos blinis y nos atrevemos con una especie de hamburguesa, que al final está hecha con hígado de pollo. Suponemos. Yo he descubierto unas gachas de avena que están bastante buenas. A veces, probamos el revuelto de col, pero se me sigue resistiendo esa albóndiga tan oscura y extraña.

Volvemos a la habitación y terminamos de prepararnos. A las diez menos diez nos recoge Svetlana. La eficiente Sevetlana, la amable Sevetlana. Siempre tan precisa, siempre tan dispuesta a hacernos más fácil todo este proceso.

Tardamos poco en llega a la Calle Comunistichescaya (la calle comunista), donde esta la Casa Cuna. De camino, quizás hayamos parado a cambiar euros por rublos. Svetlana nos aconseja el mejor momento, porque, tal y como están las cosas en Europa, varía mucho la relación entre ambos de un día para otro. Curioso como nos hablan los rusos de Europa, como si fuéramos un solo país, con un solo objetivo, aunque nosotros no valoremos ni siquiera esa posibilidad. 
Llegamos a la Casa Cuna, saludamos al guarda en el control. De los dos que se van turnando, el mayor es más simpático y agradable. Toma nota en su vieja libreta de registro de accesos. Luego, a la tarde, anotará la salida.
La diferencia con nuestras primeras visitas, durante el mes de marzo, es que el jardín helado y desierto se ha convertido en un oasis exuberante donde pasamos la mayor parte del tiempo, buscando la sombra y los lugares frescos, por el que no no cesa el continuo trajín de cuidadoras, administrativos, personal médico, visitantes y niños y niñas.

Nos dirigimos al Grupo III, donde vive nuestro hijo. Acaba de tomar el segundo desayuno. La cuidadora lo trae en brazos y nos explica, a través de Svetlana, como ha dormido, lo que ha comido y si es conveniente o no que le demos algo más de la comida que le traemos. 

Dos horas tenemos por delante, que se nos hacen cortísimas, para jugar, conocernos y querernos. Dos horas en las que nos vamos preparándonos poco a poco, los tres, para ser una familia. Sin entendernos bien, procuramos comunicarnos si la mediación de interpretes.  


Si muevo el dedo índice de un lado a otro es que no, y si él se señala el bracito lo que quiere es que le cuelgue su mochilita de Bob Esponja, que por cierto no consiente ponérsela en la espalda y hay que ingeniárselas para que la lleve por delante.

Si pongo las palmas de las manos hacia arriba es que estoy preguntando ¿dónde está? Y si me señala con su dedo indice su boquita es que quiere una galleta. 

¡Ay, las galletas mágicas que nos abrieron su corazón! Siempre tiene que tener una galleta en la mano, no se la suele comer hasta el final de la visita. Y la galleta, como escudo protector aguanta su papel hasta el final, cuando, en un pispás, desaparece engullida.

Ayer dijo agua. El segundo día dijo papá y mamá. Veremos con qué nos sorprende hoy.

Entre risas, juegos, abrazos, caprichos, lloros, besos, carcajadas, carreras, transcurre la visita. Dos horas cortas en las que vamos marcando los límites de nuestra futura convivencia, aprendiendo a ser padres y aprendiendo a convivir entre nosotros.

Así hasta las doce. Ya sabe lo que viene. Comienza a hacerse el remolón. Se nota que también conoce la rutina. Si en los primeros encuentros el recibimiento era lo más duro, ahora lo es la despedida. Llora desconsolado porque nos vamos y lo dejamos allí. El hueco que se te queda en el pecho es inmenso. Ya no lo veremos hasta la tarde.

Volvemos al Hotel Volgogrado. Allí dejaremos las cosas del niño y saldremos a alguno de los centros comerciales que por aquí cerca hay. Buscaremos algo para comer, algo que necesite el niño o simplemente pañales para la Casa Cuna.

Hoy comeremos en un self-service que hemos descubierto. Mañana ya veremos. Comidos y con las compras hechas regresamos al hotel. Leemos algo, revisamos el correo electrónico y descansamos un poco. A las cuatro menos diez nos recogerá de nuevo Svetlana. Tomamos un café en la habitación, nos preparamos y salimos.

Regresamos a la Casa Cuna. El niño acaba de terminar su siesta y ha tomado su merienda. Tenemos que darle un tiempo para que vaya tomando su ritmo normal, que es muy fuerte. Ahora toca perseguir un gatito, o recoger un palo que mamá dice que con él se puede hacer daño, y llora desconsolado cuando se lo quitamos. No importa, papá ha cogido una hormiga y se la pasa de mano en mano mientras la risa floja gana terreno. 

Damos un paseo, saludamos a otros niños que también han salido a pasear por los jardines de la Casa. ¡Mira! ¡Un pájaro, un carbonerito!, le digo. Y corre con mamá tras él, pero sale volando. Me llama con la manita a lo lejos como diciendo ¡ven, corre, ven! Y voy, y corro tras él, y jugamos al corre que te pillo. Y lo pillo, y lo abrazo, y me lo como a besos y se ríe a carcajadas. Y felices los tres.

Un extraño ruido. Señala al cielo, y un avión verde, como el que nos trajo, sobrevuela nuestras cabezas. ¡Mira, mira!, parece decir. Y yo le digo que pronto iremos nosotros en uno como ese. Y le beso.   
Ahora una piedra del suelo, o la moto que le trajimos en el primer viaje, o las piezas de goma espuma para construir castillos. Este es como el de Almodóvar, le dice Ana. Y él lo derriba, mientras yo trato, teatralmente, de impedírselo. Y nos reímos hasta deshacernos. Así hasta las séis. 

Esta vez no llora. Le he dado uno de esos caramelos que tanto le gustan, esos de gominola, y, mientras nos despedimos, anda medio despistado intentando quitarle el papel. Cuando nos hemos separado diez metros levanta la mano y la mueve. No sé si quiere que vuelva o me dice hasta mañana, pero no le gusta que nos vayamos. ¡ah!, Ana y yo suspiramos y nos damos la mano.

Volvemos al hotel, de nuevo. El tiempo vuela. Nos duchamos, preparamos el ordenador, descargamos las fotos y los videos y empezamos la ronda de llamadas a la familia. El milagroso Skype nos mantiene unidos a los nuestros. Hablamos de lo que hemos hecho, de los avances del niño. ¿habéis colgado fotos? ¿qué ha comido? ¿ya os entiende? Miles de preguntas, las mismas que nos hacemos nosotros, pero con la incertidumbre de la distancia, preocupados, ilusionados y temerosos por nosotros y por el niño, que también ya es suyo.  
Salimos un rato. Bajamos por el paseo de los Héroes hasta el Volga. Es curioso, nosotros vivimos en Sevilla al lado del RIO, nunca decimos Guadalquivir, aquí la gente vive al lado del Volga. Siempre nombran al Volga, porque viven de cara al Volga.

Paseamos por el puerto, andurreamos por el muelle. Los abundantes mosquitos pretenden acribillarnos. Algunos lo consiguen, pero a la mayoría los podemos mantenerlos alejados porque, prudentemente, nos hemos embadurnado del repelente que traíamos con nosotros gracias a una de las tantas recomendaciones de Svetlana, que tanto bien nos hacen.

Hablamos, planificamos el futuro, nos abrazamos y nos admiramos con unas gentes que disfrutan, como nosotros, de una de las zonas más bellas de la ciudad. El Paseo de los Héroes, como las Ramblas de Barcelona, es un crisol de gente que vuelve del trabajo o viene de las playas del otro lado del Volga, de padres que juegan con sus hijos, de adolescentes cargados de hormonas que las derraman a los cuatro vientos para que otros u otras las recojan. De ancianos que bañan su piel al sol, de puestecillos de bebidas. De patinadores, ciclistas y gente practicando deporte. De vida en una ciudad viva.

El sol se pone. Regresamos al hotel. Preparamos la cena. Hoy toca sopa instantánea, para que el estómago no se “desangele”. Sacamos una cerveza y abrimos uno de los sobres al vacío con jamón ibérico que traíamos en la maleta. ¡qué bien sabe! Y echamos de menos la tortilla de patatas, el salmorejo y un vasito de gazpacho. ¡Ay, mama!


Ya poco queda. Ponemos una “peli” o leemos un rato. Y a dormir. Mañana volveremos a esta maravillosa monotonía, que, hasta el diecinueve, seguiremos disfrutando. 

Un día más en esta bendita tierra, un día menos para el regreso. Hasta mañana, buenas noches.

viernes, 8 de julio de 2011

Venga cohetes!!


Hoy tiramos cohetes, por todo el cielo, desde aquí hasta donde sea. Somos felices, somos padres y estamos agradecidísimos por tantas muestras de cariño y amistad que hemos recibido y seguimos recibiendo cada uno de los días y en todo este proceso. 

De corazón muchas gracias.


miércoles, 6 de julio de 2011

Volando Voy


Al principio lo achacaba al vértigo, pero la realidad es otra. No puede ser el miedo a las alturas, no. Me fascina sentarme junto a la ventanilla y, aunque el estómago me dé un vuelco, no dejo de mirar como la tierra se mueve bajo mis pies, mientras intento descifrar lo que el paisaje me cuenta, desentrañar sus unidades o identificar alguno de sus elementos. Aún así, vuelo completamente atemorizado.

Las gotitas de sudor chorrean por mi espalda, resbalan en mis axilas y me bañan todo el cuerpo. A más de treinta mil pies de altura, con el aire acondicionado refrescando mi cara, todo mi cuerpo se empapa con el miedo que, lentamente, se destila por los poros de mi piel.

No son los nervios del viaje. Los síntomas solo empiezan una vez que me adueño de mi asiento. El ruido de motor, la gente colocándose en su sitio, el personal pendiente de todo. El cinturón de seguridad que no cierra. Y ese pasajero intransigente que se molesta con aquella pasajera impertinente. La megafonía escupe algo en un idioma, el mío, que no logro entender.

Me agarro a los brazos de mi sillón. Comienza este viaje.

Las manos calientes y húmedas. Intento racionalizar el miedo, entenderlo para entenderme mejor. No lo consigo. Como un niño asustado, rezo lo poco que sé rezar hasta conseguir un ritmo repetitivo que me aísle del vuelo. La curiosidad me puede y vuelvo a mirar por la ventanilla en busca de un elemento familiar que me una a ese paisaje que sobrevuelo.

No puedo, no me concentro. No soy capaz de sacarme este temor, que es tan físico que me agarrota en mi asiento. Cualquier investigador que me viera incluiría el tétanos como nuevo síntoma del síndrome de clase turista, sin duda. Sonrío para mí, por no echarme a llorar.

Un bache. Un cambio de temperaturas en las masas de aire. Una luz que se enciende y otra que se apaga. La azafata que baja el pasillo a toda prisa. “¡Seguro que otra vez pillamos el ala!”, pensé cuando el mensajero trajo los pasajes. Efectivamente, la pillé. Y ahora el ala parece temblar.  Y ese pasajero impertinente que molesta a la pasajera intransigente. Aquel de allí, el de la peca, tiene más miedo que yo. Lo veo en sus ojos y en el sudor de su frente. Él también puede ver el mío. Arquea las cejas y balancea la cabeza. “¡Mal de muchos....!”, parece decir. Entornando los labios, le respondo imitando sus gestos. “... consuelo de tontos!”, le digo. Y a lo nuestro. Los dos a rezar.

Rebusco en la bolsa de viaje. La tripulación se prepara para repartir el zumo. “Orange or Tomato juice?”, me pregunta la azafata, en un perfecto inglés con un perfecto acento manchego. “Orange for me and … – Ana, tú quieres orange ¿no?, je je- for her orange too, ja ja.”, le respondo, con mi acento de la vega andaluza. Risas y sensación de ridículo nos unen a los tres. Miro en la riñonera. “¿qué buscas?”, me pregunta Ana. Me toma la mano y me relaja.

Hago un par de fotos, intento leer un poco. Nada, que no logro encontrarlo. Me remuevo en el asiento, que cada vez parece más estrecho, o “¿es qué con la altura me crecieron las piernas?”, pienso. Me río para adentro, otra vez, por no llorar.

Por fin doy con el cuaderno de notas. “Para el blog: volando voy/miedo a volar”, escribo. Miro de nuevo por la  ventanilla.”¡Ay, ahora sí!” Veinticuatro horas de viaje, tres aviones, dos trasbordos. “¡Ahí está!, grito. Sobre la colina de Mamayev Kurgan, majestuosa, la madre patria llama a sus hijos a defenderla. La sobrevolamos, acercándonos, respondiendo a su grito, como para protegerla.

Ya no sé que ha sido peor, las esperas, los enlaces, despegar, la travesía o aterrizar. Ya no sé, siquiera, si ha habido algo malo en todo esto. No me importa, el estómago ya no se inmuta. El avión se inclina y comenzamos a girar, vamos a tomar tierra. Adiós miedos. Cuatro meses, eternos, para regresar. Volgogrado, al fin.

sábado, 2 de julio de 2011

Ya viene

La maleta ya está hecha. Cargada con las ilusiones y emociones de todo este tiempo. Atrás dejamos un camino, largo y tortuoso, para tomar la nueva senda, en la que sabemos, como antes, que también vamos a estar acompañados.

La casa también está. A la vuelta podremos comprobar si nuestras previsiones fueron correctas. La cama, el armario, las rejas. La ropita, los cubiertos, la trona, el carrito. Y, sobre todo, plena de cariño y amor. Esperando. Rebosante con cada palabra, cada anhelo, cada lágrima y cada ilusión de tantos y tantas que con nosotros han hecho este viaje.

Todo está listo. El mensajero acaba de traer los pasajes. Dos de ida y tres de vuelta. Ya viene. Ya llega.

Poema de José Manuel Matencio y composición de Rosa Mari Benavides