sábado, 30 de octubre de 2010

En el cristal de la ventana: Momento para el recuerdo

En este 2010 se nos están yendo muchos personajes por los que he sentido (y siento) muchísima admiración y que han marcado o impregnado mi vida de alguna forma. Quiero recordar a algunos de ellos.

Mª Carmen Cuesta, la más pequeña del grupo de Las Trece Rosas, la rosa número 14, que, sin rencor, se negó a olvidar su historia y la de otros muchos, preservando su ejemplo y su memoria.



 

El actor Tony Curtis, que venció el estereotipo de la hermosura y nos regaló magnificas interpretaciones en Trapecio, Los vikingos, Con faldas y a lo Loco, Operación Pacífico. Para mi Espartaco fue una película especial.

El entrañable Manuel Alexandre, que cambió la negativa acepción que en castellano tiene la palabra secundario para convertirla en imprescindible. Recordaré siempre sus palabras contra las guerras en la entrega del Goya de Honor y su papel de San José en Así en el Cielo como en la Tierra.

Antonio Gamero, otro eterno secundario, imprescindible también, en gran parte de la historia del cine español, magnífico cómico, excelente actor.


Miguel Manaute, el hombre de campo, de pueblo, en el Gobierno de nuestro admirado Escuredo. Tenaz y trabajador, impulso la modernización del sector agrario y pesquero de nuestra tierra. Solo después de muerto está empezando a ser reconocido su trabajo.

Felix Pons fue uno de los ejemplos más evidente de los que entienden la actividad política como un servicio civil. Como otros lo definieron experto en generar espacios políticos de moderación y consenso.




Mansur Escudero, a través del que puede ver una cara distinta del Islam.




El sacerdote y teólogo José María Díez-Alegría que me reconcilió con el cristianismo, mostrándome otra Iglesia, que unos pocos no nos dejan ver.


José Saramago, el escritor más ibérico y con uno de los mayores sentidos sociales de los que he leído. Su forma pausada de hablar y contar las cosas, la pasión y la humildad con las que defendía a los humildes me cautivaron. Su Evangelio me marcó y Ensayo sobre la ceguera me abrió los ojos ante muchas de las cosas que me rodeaban.

La mochila fue lo que más me acercó a Labordeta. Lo había escuchado cantar, oí sus entrevistas. Me gustaba. Sin embargo, la forma de mostrarme mi país, sus gentes y un ámbito rural desconocido, introducirlas en una mochila y traérmela a través de la televisión me hicieron acercarme a él. Cuando entró en el Congreso sentí que el sentido común de las gentes de pueblo lo acompañaban.

Me cuesta mencionar a Delibes, me emociona pensar en él y en sus novelas, que comencé a leer, quizás, demasiado joven, pero que han ido dejando huella en mi corazón. La Hoja Roja fue el primer libro de adulto que leí. Todavía tengo mucho que leer (y releer) de Delibes para seguir aprendiendo.

 
Y en la madrugada de ayer se nos fue Marcelino Camacho. Ni lo domaron, ni lo doblaron ni lograron domesticarlo. Eterno luchador por las libertades, poniendo en riesgo la suya propia. Lucha, persecución, prisión y represión. Marcelino Camacho ha sido un ejemplo de coherencia y honradez. La clara representación de la dignidad del trabajador.

Estos son tiempos en que los sindicalistas están siendo muy cuestionados. Las críticas, algunas de ellas muy merecidas, se están  encontrando el caldo de cultivo que viene siendo generado desde hace unos años por los nuevos conservadores españoles. Aquellos “españoles sin complejos” que a través de campañas de comunicación y propaganda están fomentando, poquito a poco, un clima social que pone en peligro las bases más profundas en las que está asentada nuestra democracia. Las soflamas que lanzan día a día pretenden, ahora, restringir los derechos sindicales en nuestro país (negociación colectiva, representación sindical, libertad sindical, etc). La campaña que actualmente se está perpetrando contra el sindicalismo y los derechos sindicales por parte de los sectores más retrógrados de nuestra sociedad intenta llevarnos a los trabajadores a tiempos que creíamos ya afortunadamente superados.

Figuras como la de Marcelino son el ejemplo necesario para hacernos reflexionar sobre la verdadera fuerza de los trabajadores: la unión y la dignificación de nuestro trabajo.

Lo que disfrutamos hoy no son más que derechos ganados a pulso por muchos y muchas trabajadores y trabajadoras a lo largo de muchos años de lucha y esfuerzo. Gracias a Marcelino, y muchos otros, nosostros los podemos ejercer. Ellos los conquistaron, aunque algunos no pudieron siquiera disfrutarlos, nosotros no podemos dejar que nos los arrebaten.

Marcelino Camacho es un ejemplo más del trabajador comprometido con la libertad, que ayudó a la consecución de la democracia que hoy disfrutamos, y cuando esta se alcanzó (con más luces que sombras) favoreció un ejercicio responsable de los derechos sindicales y las libertades ciudadanas.

Dos religiosos, una mujer, algunos ateos, tres socialistas, tres actores, tres comunistas, tres escritores, un poeta, un cantante. Todos ellos comprometidos con su tiempo  y con su entorno. Los he llorado. Junto con otros, vivos o no, referentes indispensables donde agarrarme.

Llueve en Sevilla y Miguel Hernández cumple 100 años.


El mar también elige
puertos donde reír
como los marineros.

El mar de los que son.

El mar también elige
puertos donde morir.
Como los marineros.

El mar de los que fueron.

viernes, 22 de octubre de 2010

Historias de Lobos

Era un viernes de invierno, y hacía frío. Había estado todo el día lloviendo y al atardecer se desató la tormenta. Mi abuela, como sensata mujer criada en el campo, les tenía un miedo horrible a las tormentas. Se descomponía. La cara se le desencajaba. A cada nuevo trueno iniciaba la letanía de sus rezos. A cada nuevo relámpago frenaba en seco su oración y gritaba. La mujer valerosa, que había luchado tantas veces contra la vida, se desarmaba ante este fenómeno de la naturaleza.
Esa noche, mientras esperábamos que regresara el suministro eléctrico, y amainado el temporal, la escuché, por primera vez, hablar de los lobos. Hacía poco tiempo que Rodríguez de la Fuente en El Hombre y la Tierra nos los había mostrado, asombrándonos con las espectaculares imágenes y el nuevo enfoque desde el que nos mostraba al cánido. Pero esa noche, ella fue la primera persona que me habló de los lobos con un testimonio directo.
A veces, nos contaba, los lobos, en noches como esa, bajaban de la sierra y se acercaban a los cortijos, a las huertas, entraban en los cercados de ganado o en los corrales. Los hombres formaban batidas para matarlos o, al menos, ahuyentarlos. Ella nunca los vio, pero hubo noches que pudo oírlos aullar. Todavía se le ponían los vellos del brazo de punta. El inesperado regreso de la luz nos devolvía al presente, y la conversación terminaba.
Sería la ilusión de la infancia, o la forma de contar las cosas de mi abuela, o la luz tenue de la única vela, o los ojos brillantes y vibrantes de mis hermanas, o todas al mismo tiempo, no puedo concretarlo, pero es desde esa noche que tengo una fascinación especial por este animal y la extraña relación que mantiene con los seres humanos.
Esos Lobos de los que hablaba mi abuela bajaban de Sierra Morena hasta Posadas y Almodóvar, donde nací y donde me crié. Lugares donde tengo mis raíces y que todavía me seducen y me muestran su especial exotismo. Lugares por donde todavía campan en libertad algunos lobos, los últimos de Andalucía.
Desde hace tiempo ligué mi vocación y mi vida profesional a la gestión del medio ambiente. Muchas de las cosas que emprendo pretenden pagar una deuda con un territorio al que, desde la lejanía,  estoy pegado y a un animal que me ha acompañado durante tanto tiempo. Ambos, animal y paisaje, explican muchas cosas de lo que soy ahora mismo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

El Mostrador: Un perol cordobés, a la marinera.

Siendo puristas, lo que nos comimos ayer no fue exactamente un perol cordobés como mandan los cánones. Arroz hubo mucho y, sobre todo, buena compañía, elementos, ambos, imprescindibles en cualquier día de perol.

Pero un perol cordobés con choco y gambas no lo habíamos visto hasta ahora. Por lo menos nosotros. Para más INRI, ni nos fuimos al campo ni nada por el estilo. Nuestro perol fue un perol de marisco, urbano y macareno.  Nada menos que en la terraza de una pisito situado en uno de los barrios con más solera de Sevilla, San Julián, y en casa otro de los cordobeses que anda por estas tierras.

Y de entrantes nada de chorizo, panceta, sardinas o chuletas. ¡Qué va! Humus, salsiki, paté de aceitunas y demás. Que además de urbanos somos modernos. Es lo que tiene un perol cordobés en Sevilla, que se impregna de otros sabores y otras culturas, lo enriquece. Ya habrá algún ortodoxo que tenga algo que objetar. Aunque la base es la base, y nosotros teníamos nuestro perol, nuestra cuchara y las ganas de pasar un día juntos y disfrutar de los regalos de la vida, que es la verdadera esencia del perol.

Vamos con los ingredientes. Aceite, ajo, cebolla, pimientos verdes y morrones, laurel, tomate, choco, rape, mejillones y gambas. Sal y pimienta al gusto y colorante alimentario. Es importante contar con ayudantes y pinches que faciliten el trabajo, si no sería imposible tenerlo todo listo para la tarea.

Se prepara un buen sofrito, empezando por introducir los ajos, y antes de que empiecen a dorarse se le añade la cebolla picada y los pimientos troceaditos. En este momento añadimos una o dos hojas de laurel. Añadiremos un poco de sal para facilitar el pochado. En este instante el cocinero debe ser agasajado con unos trocitos de fuet y una cervecita fresquita.

Una vez todo pochado se le añade el tomate que previamente hemos troceado. Se le da un nuevo puntito de sal, se añade pimienta y a ir reduciendo la verdura con ayuda de los golpecitos y movimientos que imprimimos con la paleta-espumadera. Otra cervecita fresquita, no se nos deshidrate el cocinero.

Una vez terminado el sofrito añadimos el choco y el rape troceado. Mareamos todo poco a poco hasta que haya cogido un poco de color que es cuando añadiremos dos vasos de vino. Uno para el arroz y otro para el cocinero. Tras esto introducimos el colorante alimentario.

Dejamos que se reduzca el vino, comprobamos el punto de sal, rectificándolo si es necesario y añadimos el arroz, que refreiremos hasta que se haya impregnado de los sabores de nuestros ingredientes, punto en el que regaremos con el caldo de pescado, que previamente hicimos con las cabezas y cáscaras de las gambas, la raspa del rape y el jugo de cocer los mejillones. En este punto, un vasito de sangría fresca le viene muy bien al cocinero.

Añadimos ahora las gambas peladas y los mejillones y dejamos que se reduzca el caldo, añadiendo poco a poco, cuando lo pida el arroz hasta que este haya alcanzado la textura deseada, tras lo cuál lo dejaremos reposar unos minutos.

Durante todo el proceso, el cocinero dará de probar el caldo a los comensales que se acerquen a saludarlo, para ir abriéndoles los sentidos y poniendo los jugos gástricos a trabajar. Les deberá preguntar por el gusto, el punto de sal, la textura. Así les irá mostrando a cada uno de los privilegiados catadores el placer que se adivina en el horizonte, a la vez que pueda alcanzar el punto de sal adecuado al gusto mayoritario, sin que resulte excesivamente soso, pero nunca salado.

Ya está el arroz. A partir de aquí los pasos a seguir son la esencia pura del perol cordobés. El perol se deposita en el centro del lugar donde se disfrutará la comida, sobre una mesa, con los comensales alrededor de ella, portando cuchara o tenedor (según el gusto, preferencia o disponibilidad) de forma que se inicia la antiquísima ceremonia de “Cuchará y paso atrás”. Los comensales, sin orden y concierto, se acercan al perol tomando la porción máxima que le permite el cubierto elegido y con ayuda de un trozo de pan, soplando para no quemarse el cielo de la boca, dan paso atrás mientras saborean y se deleitan con el exquisito manjar, cediendo su lugar a otro comensal, que reinicia la secuencia.

Cualquier espectador externo podría comparar los movimientos de los comensales hacia el perol con cualquier cruce asiático de calles en hora punta. Pero nada más lejos de la realidad. El aparente caos no es más que una ancestral coreografía gastronómica que permite, sin malas palabras, con cortesía y respeto, redistribuir el alimento según las necesidades de cada uno. Con la velocidad adecuada y todos desde fuera hacia dentro, siempre en el ladito de cada uno, de forma que el arroz aguante la temperatura y el punto hasta el fin.

Riéguese con buen vino, cerveza fresca o cualquier bebida al uso. Acompáñese de pan, regañás, picos o palillos de pan. Provéase a los comensales de servilletas, vasos o tazas. Pero es fundamental, e imprescindible, buen ambiente y mejor compañía. El éxito estará garantizado.

domingo, 10 de octubre de 2010

Diario Córdoba: Ana Belén Matencio. Avanzar al límite de la línea.

Hoy se publica en el Diario de Córboba a toda página una entrevista a Ana Belén Matencio realizada por Araceli Luis.

Ana es mi prima y, entre muchas cosas, es un constante ejemplo de superación y un orgullo para quienes la queremos. Solo basta con mirar en lo profundo de sus ojos azules, al tiempo que te lanza su amplia sonrisa, para que te conquiste con su alegría y te contagie las ganas de vivir. Compartir la vida con ella siempre merece la pena. Lo reproducimos aquí.

La vida cuesta arriba por Araceli Luis

Ana Belén es una joven "borderline" que lleva toda la vida luchando contra su discapacidad intelectual, un hándicap que ha sabido superar con esfuerzo.

ANA BELEN MATENCIO : Avanzar al límite de la línea

10/10/2010  


Nadie, salvo ella misma, sabe lo que sintió cuando, siendo una niña, se dio cuenta de que algo no funcionaba en su cabeza igual que en la del resto de compañeros de colegio. Con discurso entrecortado y nervioso, Ana Belén recuerda aquellos días lejanos, aunque se resiste a detenerse en los detalles. Es consciente de que su trastorno límite de personalidad, eso que en inglés se llama borderline y que viene a describir a las personas cuyo intelecto está justo al límite entre lo normal y lo diferente, en su caso por una parálisis cerebral, ha supuesto un hándicap en su vida, un reto ante el que nunca estuvo dispuesta a rendirse.

Sin perder la sonrisa, recuerda que sus días en la escuela no fueron del todo felices. "No me entendía bien con los niños y tenía dificultades para aprender, me sentía mal y lloraba", dice sincera, antes de añadir que en los días malos siempre contó con el apoyo incondicional de su familia. "Desde chica, siempre me dijeron que no me viniera abajo, que yo, para adelante".

A pesar de su voluntad, reconoce que tuvo su etapa rebelde, que coincidió con la adolescencia. "Mis padres me explicaban lo que me pasaba, que tenía problemas de psicomotricidad (pronuncia despacio para no equivocarse) y que no podía hablar bien, pero yo me enfadaba porque no quería que eso me pasara a mí". Con esfuerzo y coraje, Ana Belén decidió que ella debía ser más fuerte que su discapacidad y suplió las carencias con dedicación y esfuerzo. "Estudié hasta sexto y luego hice en el instituto un grado medio de Informática, porque a mí me encantan los ordenadores", confiesa mientras se encoje de hombros y se ríe. Al terminar los estudios, empezó a colaborar con varias asociaciones de discapacitados hasta que fue contratada para repartir publicidad. "He hecho cursos en Promi y en Aspacys y ahora trabajo en Acopinb, aquí estoy muy bien", explica. A sus 35 años, ha conseguido establecer relaciones sociales, hacer amigos, una meta inalcanzable durante mucho tiempo que siempre le causó dolor y frustración. "Ahora estoy en un grupo cristiano y allí me quieren tal como soy, pero cuando la gente normal no te acepta es muy duro y te sientes mal".

Resuelta y espabilada, sus padres le dieron la independencia suficiente para poder desenvolverse sola con bastante autonomía. "Mi madre quiere protegerme más, pero mi padre me da libertad para que yo aprenda", comenta sin tapujos mientras reivindica su espacio. "Mientras esté en Córdoba o en mi pueblo, no pasa nada, pero si quiero viajar yo sola... eso ya es otra cosa".

En el trabajo, Ana Belén es una de las empleadas con discapacidad más disciplinada, "una buena compañera", según su jefa, que destaca en las personas borderline su capacidad para hacer eficazmente tareas rutinarias y su dificultad para resolver imprevistos. "Lo bueno es que son muy responsables y sinceros, si se equivocan no tienen la malicia de negarlo o mentir, pero para trabajar con ellos hay que conocer sus límites y exigirles siempre en la justa medida de sus posibilidades".


Además de despierta y dicharachera, la principal cualidad de Ana Belén es su generosidad. Según su madre, de pequeña llegaba a casa llorando como una magdalena porque la niña que jugaba con ella en la calle se había enfadado y no quería hablarle y ella no podía entender que dos amigas se pelearan. Desde entonces, ha sufrido más de un desengaño y, sin embargo, su actitud sigue siendo la misma. El sentido del humor y sus impertérritas ganas de reír a cada instante son la base de su estado de ánimo, eminentemente positivo. "Aunque veas que tiene la dificultad para hablar, charla mucho y siempre se está riendo, es una niña muy buena", cuenta su madre, que no olvida la mala racha que pasó con 18 años. "Gracias a Dios, lo superó, pero lo pasó mal porque de buenas a primeras, cuando los amigos se hicieron mayores, se quedó sola".


Está acostumbrada a salir de Córdoba, acudir a campamentos y participar en excursiones programadas, pero su sueño es que la dejen viajar sola a Madrid. "Mis amigas me dicen que me quede unos días, pero mis padres no me dejan si no es con ellos", dice. Y a continuación, formula otro sueño. "También me gustaría formarme y aprender manualidades", explica. Y eso que ya es un hacha de la costura y experta en petit poua.