miércoles, 23 de febrero de 2011

Un día para recordar

Tenía 12 años. Estaba jugando en las huertas que estaban en frente del piso en el que vivíamos en Cazorla. De repente todas las madres, casi al mismo tiempo, asomadas a las ventanas, empezaron a gritarnos. Corríamos desesperados. Algunas bajaban a la puerta a esperarnos. Esa sincronización no era normal.

Mi vecino Juan andaba de cacería en la sierra. A Carmen, su esposa, casi le da algo. ¡Es que lleva dos escopetas en el coche!, no paraba de decir. ¿que estaba pasando? Han dado un golpe, dijo mi padre.

A mi madre, que llevaba, como ahora, a mucha honra ser de izquierdas, se le cambió el ánimo. No por ella, no. Por la gente de su pueblo. Por su madre. Por su hermano. Por el miedo a perder lo que se había conseguido. Por nosotros. Mi padre estaba también preocupado. En el recuerdo, su padre, asesinado en el 36, además de su madre y de su hermana. Todos sin saber como estaban los suyos. Vivíamos lejos de nuestras familias y, por entonces, casi nadie tenía teléfono.

Murmullos, suspiros. Y llegó Juan y se calmaron los ánimos. No recuerdo cómo, pero las cuatro familias de nuestro bloque estábamos todos juntos. Los niños jugando y los mayores hablando. Juan salió a dar una vuelta por el pueblo, a ver si alguien sabía algo o tenía alguna información. Nada.

A lo largo de la noche se empezó a ver la luz al final del túnel. Iñaki Gabilondo salía por la tele para explicar lo que estaba pasando y la verdadera situación del país. La radio también estaba encendida y según que momento se alternaba la potencia del volumen entre televisión y transistor.

Al día siguiente, los  mayores fueron a trabajar. Yo no fui a clase. Mis hermanas si lo hicieron. El gobierno ha dicho que los colegios abrirán con normalidad, decía mi madre. Pero la convencí. Estuve toda la mañana pegado al televisor.

El rey había dado un discurso ya de madrugada y los tanques en Valencia habían vuelto a los cuarteles. El golpe había fracasado, pero Tejero seguía en el Congreso.

La radio y la tele encendidas al mismo tiempo. Entre dibujos animados, tertulias y avances informativos. Vi salir a los guardias por las ventanas, la salida de los diputados, la entrega de los oficiales golpistas.

Alguien trajo un periódico a casa. El País. Lo contaba todo con pelos y señales (si pulsas la imagen siguiente lo puedes ver).

Todo, por fin, había terminado, aunque comenzó a instalarse la incertidumbre entre la ciudadanía ¿y ahora qué? Un año y medio después tendríamos la respuesta. Las cosas iban a cambiar.

Por lo pronto, mi madre, al mediodía, se puso seria. Por la tarde tuve que ir a clase, no tuve más remedio.

2 comentarios:

Sonsoles dijo...

Había que aprovechar! Yo tenía sólo cuatro años (y antes con cuatro años no se iba al colegio, qué tiempos aquellos en que los niños eran libres de jugar hasta los seis sin obligaciones escolares ni disciplina horaria), pero recuerdo perfectamente que mi abuela se pasó todo e día pegada a la radio y a la televisión, que no me dejó ver Belfi y Lillibith al medio día, y yo me enfadé muchísimo, qué injusticia más grande...

Ana dijo...

A mi me pilló en el lugar menos adecuado, en el Cuartel de la Guardia Civil del pueblo (Almodóvar del Río).
No era extraño que me pasara las tardes allí, mi mejor amiga es “hija del cuerpo” y esa época siempre hacíamos las tareas juntas, una semana en mi casa y otra en la suya, y ese día nos tocaba en la suya, estábamos estudiando para un examen de sociales. Recuerdo que su madre estaba en el salón cosiendo y escuchando la radio cuando dieron la noticia. Yo no fue consciente de lo que estaba pasando, no noté nada extraño en el cuartel, solo la preocupación en el rostro de Antonia. Al día siguiente en el colegio Don Ángel nos dijo que no haríamos el examen, había estado toda la noche pendiente de las noticias y que no pudo prepararlo.

En mi casa como en muchas otras “no se hablaba de política”, así que no sabía que podía suponer que el golpe triunfara o fracasara. Ha sido después cuando me he dado cuenta de la importancia de aquellos días y del lugar en que me encontraba.