El miércoles pasado acudimos a espectáculo inaugural de la Bienal de Flamenco. La Maestranza de Sevilla estaba repleta, no cogía un alfiler. Expectantes para ver y escuchar a Miguel Poveda, lo único que hicimos fue dejarnos llevar, abrir los oídos y los poros. Y ya sólo nos quedaba sentir.
Despertar todos los sentidos y comprobar que el flamenco puede ser llevado a lo más alto con un espectáculo de múltiples aristas, transgresor, integrador y asentado en los pilares básicos de la más ortodoxa pureza.
Recorrer la historia y los palos del flamenco, guiñándole a la copla, a Gil de Biedma, a Caracol, Mairena, Valderrama, Marchena y al mismísimo Camarón, puede parecer una ecuación imposible de resolver. Pero Poveda y sus gentes la consiguieron desentrañar, llevándonos (no a todos, por cierto) al éxtasis, transmitiéndonos el duende y pellizcándonos lo más profundo del alma.
Si son fandangos, fandagos, si es soleá, soleá y si arranca por malagueñas, pues malagueñas. Por derecho, como está mandado. Eso si aderezadas con el estilo personal del que está llamado a ser el más grande.
Lo que pudimos ver el miércoles pasado pasará a la Historia, con mayúsculas, del Flamenco. Profesionalidad y duende, arte y pellizco. Todo junto y todo a la vez.
El fabuloso escenario en que se convirtió la plaza de toros, la Orquesta Joven de Andalucía, los cantaores y cantaoras, la bailaora y los bailaroes, los guitarristas. Morao Chico y Esperanza Fernández. La escenografía, la acústica y la historia que nos estaban contando, cantando y bailando. La del flamenco y la de su relación con el artista. Se perdonan hasta los fallos de luz y sonido, porque se corrigieron a tiempo.
Canta, baila y disfruta, compartiendo su saber y su voz. Ya levanta la mano, abre las palmas, cierra el puño, que se agarra la chaqueta, toca su pecho, junta las manos y se abalanza. Y a cada gesto toma el aire que alrededor tiene, cada vez más. Y ahora extiende los brazos, y recoge uno y mueve el otro. Y manda, como los toreros mandan, como los cantaores buenos. Y templa.
Y, entonces, se para el aire. Y Poveda ya no es Poveda que es la enciclopedia del cante hecha carne y que te lleva a ese punto donde no hay retorno. La carne de gallina, el nudo en la garganta y las lágrimas en los ojos. Y los lentos ademanes comienzan a repartir poco a poco el aire que fue recogiendo. Con la mano, con la frente, con los labios, con el corazón y con la garganta. Como un torrente, el viento fresco llega a todos los rincones de la plaza y nos impregna el cuerpo, la mente y el alma de sonidos, de sensaciones, que son la esencia destilada de lo mejor del flamenco.
Ahora no nos queda más que ser povedanos para toda la vida y disfrutar en nuestra memoria de una noche inolvidable. Yo estuve allí y le doy las gracias.
1 comentario:
Pues vale, ya me lo he leido todo (y no entiendo cómo no me escribes un microrrelato para la agenda, hombre, con ese pedazo de texto sobre tu abuelo), y me lo he agregado a Favoritos.
Un micro ya, por favor.
Sonsoles
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