miércoles, 6 de julio de 2011

Volando Voy


Al principio lo achacaba al vértigo, pero la realidad es otra. No puede ser el miedo a las alturas, no. Me fascina sentarme junto a la ventanilla y, aunque el estómago me dé un vuelco, no dejo de mirar como la tierra se mueve bajo mis pies, mientras intento descifrar lo que el paisaje me cuenta, desentrañar sus unidades o identificar alguno de sus elementos. Aún así, vuelo completamente atemorizado.

Las gotitas de sudor chorrean por mi espalda, resbalan en mis axilas y me bañan todo el cuerpo. A más de treinta mil pies de altura, con el aire acondicionado refrescando mi cara, todo mi cuerpo se empapa con el miedo que, lentamente, se destila por los poros de mi piel.

No son los nervios del viaje. Los síntomas solo empiezan una vez que me adueño de mi asiento. El ruido de motor, la gente colocándose en su sitio, el personal pendiente de todo. El cinturón de seguridad que no cierra. Y ese pasajero intransigente que se molesta con aquella pasajera impertinente. La megafonía escupe algo en un idioma, el mío, que no logro entender.

Me agarro a los brazos de mi sillón. Comienza este viaje.

Las manos calientes y húmedas. Intento racionalizar el miedo, entenderlo para entenderme mejor. No lo consigo. Como un niño asustado, rezo lo poco que sé rezar hasta conseguir un ritmo repetitivo que me aísle del vuelo. La curiosidad me puede y vuelvo a mirar por la ventanilla en busca de un elemento familiar que me una a ese paisaje que sobrevuelo.

No puedo, no me concentro. No soy capaz de sacarme este temor, que es tan físico que me agarrota en mi asiento. Cualquier investigador que me viera incluiría el tétanos como nuevo síntoma del síndrome de clase turista, sin duda. Sonrío para mí, por no echarme a llorar.

Un bache. Un cambio de temperaturas en las masas de aire. Una luz que se enciende y otra que se apaga. La azafata que baja el pasillo a toda prisa. “¡Seguro que otra vez pillamos el ala!”, pensé cuando el mensajero trajo los pasajes. Efectivamente, la pillé. Y ahora el ala parece temblar.  Y ese pasajero impertinente que molesta a la pasajera intransigente. Aquel de allí, el de la peca, tiene más miedo que yo. Lo veo en sus ojos y en el sudor de su frente. Él también puede ver el mío. Arquea las cejas y balancea la cabeza. “¡Mal de muchos....!”, parece decir. Entornando los labios, le respondo imitando sus gestos. “... consuelo de tontos!”, le digo. Y a lo nuestro. Los dos a rezar.

Rebusco en la bolsa de viaje. La tripulación se prepara para repartir el zumo. “Orange or Tomato juice?”, me pregunta la azafata, en un perfecto inglés con un perfecto acento manchego. “Orange for me and … – Ana, tú quieres orange ¿no?, je je- for her orange too, ja ja.”, le respondo, con mi acento de la vega andaluza. Risas y sensación de ridículo nos unen a los tres. Miro en la riñonera. “¿qué buscas?”, me pregunta Ana. Me toma la mano y me relaja.

Hago un par de fotos, intento leer un poco. Nada, que no logro encontrarlo. Me remuevo en el asiento, que cada vez parece más estrecho, o “¿es qué con la altura me crecieron las piernas?”, pienso. Me río para adentro, otra vez, por no llorar.

Por fin doy con el cuaderno de notas. “Para el blog: volando voy/miedo a volar”, escribo. Miro de nuevo por la  ventanilla.”¡Ay, ahora sí!” Veinticuatro horas de viaje, tres aviones, dos trasbordos. “¡Ahí está!, grito. Sobre la colina de Mamayev Kurgan, majestuosa, la madre patria llama a sus hijos a defenderla. La sobrevolamos, acercándonos, respondiendo a su grito, como para protegerla.

Ya no sé que ha sido peor, las esperas, los enlaces, despegar, la travesía o aterrizar. Ya no sé, siquiera, si ha habido algo malo en todo esto. No me importa, el estómago ya no se inmuta. El avión se inclina y comenzamos a girar, vamos a tomar tierra. Adiós miedos. Cuatro meses, eternos, para regresar. Volgogrado, al fin.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Bienllegados!
ARS

Son dijo...

Ahora te dará más miedo la muerte porque mucha más gente depende de tí. Increíble, no?
Un besoooooooooooooooo!
Sonsoles

Merichusmy dijo...

Bienaventurados aquellos que tienen miedo a volar, porque sus sueños en la tierra encontrará.