viernes, 22 de octubre de 2010

Historias de Lobos

Era un viernes de invierno, y hacía frío. Había estado todo el día lloviendo y al atardecer se desató la tormenta. Mi abuela, como sensata mujer criada en el campo, les tenía un miedo horrible a las tormentas. Se descomponía. La cara se le desencajaba. A cada nuevo trueno iniciaba la letanía de sus rezos. A cada nuevo relámpago frenaba en seco su oración y gritaba. La mujer valerosa, que había luchado tantas veces contra la vida, se desarmaba ante este fenómeno de la naturaleza.
Esa noche, mientras esperábamos que regresara el suministro eléctrico, y amainado el temporal, la escuché, por primera vez, hablar de los lobos. Hacía poco tiempo que Rodríguez de la Fuente en El Hombre y la Tierra nos los había mostrado, asombrándonos con las espectaculares imágenes y el nuevo enfoque desde el que nos mostraba al cánido. Pero esa noche, ella fue la primera persona que me habló de los lobos con un testimonio directo.
A veces, nos contaba, los lobos, en noches como esa, bajaban de la sierra y se acercaban a los cortijos, a las huertas, entraban en los cercados de ganado o en los corrales. Los hombres formaban batidas para matarlos o, al menos, ahuyentarlos. Ella nunca los vio, pero hubo noches que pudo oírlos aullar. Todavía se le ponían los vellos del brazo de punta. El inesperado regreso de la luz nos devolvía al presente, y la conversación terminaba.
Sería la ilusión de la infancia, o la forma de contar las cosas de mi abuela, o la luz tenue de la única vela, o los ojos brillantes y vibrantes de mis hermanas, o todas al mismo tiempo, no puedo concretarlo, pero es desde esa noche que tengo una fascinación especial por este animal y la extraña relación que mantiene con los seres humanos.
Esos Lobos de los que hablaba mi abuela bajaban de Sierra Morena hasta Posadas y Almodóvar, donde nací y donde me crié. Lugares donde tengo mis raíces y que todavía me seducen y me muestran su especial exotismo. Lugares por donde todavía campan en libertad algunos lobos, los últimos de Andalucía.
Desde hace tiempo ligué mi vocación y mi vida profesional a la gestión del medio ambiente. Muchas de las cosas que emprendo pretenden pagar una deuda con un territorio al que, desde la lejanía,  estoy pegado y a un animal que me ha acompañado durante tanto tiempo. Ambos, animal y paisaje, explican muchas cosas de lo que soy ahora mismo.

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