domingo, 19 de septiembre de 2010

El Escaparate: "Historias de Viva Voz" de Miguel Poveda.

El miércoles pasado acudimos a espectáculo inaugural de la Bienal de Flamenco. La Maestranza de Sevilla estaba repleta, no cogía un alfiler. Expectantes para ver y escuchar a Miguel Poveda, lo único que hicimos fue dejarnos llevar, abrir los oídos y los poros. Y ya sólo nos quedaba sentir.

Despertar todos los sentidos y comprobar que el flamenco puede ser llevado a lo más alto con un espectáculo de múltiples aristas, transgresor, integrador y asentado en los pilares básicos de la más ortodoxa pureza.

Recorrer la historia y los palos del flamenco, guiñándole a la copla, a Gil de Biedma, a Caracol, Mairena, Valderrama, Marchena y al mismísimo Camarón, puede parecer una ecuación imposible de resolver. Pero Poveda y sus gentes la consiguieron desentrañar, llevándonos (no a todos, por cierto) al éxtasis,  transmitiéndonos el duende y pellizcándonos lo más profundo del alma.

Si son fandangos, fandagos, si es soleá, soleá y si arranca por malagueñas, pues malagueñas. Por derecho, como está mandado. Eso si aderezadas con el estilo personal del que está llamado a ser el más grande.

Lo que pudimos ver el miércoles pasado pasará a la Historia, con mayúsculas, del Flamenco. Profesionalidad y duende, arte y pellizco. Todo junto y todo a la vez.

El fabuloso escenario en que se convirtió la plaza de toros, la Orquesta Joven de Andalucía, los cantaores y cantaoras, la bailaora y los bailaroes, los guitarristas. Morao Chico y Esperanza Fernández. La escenografía, la acústica y la historia que nos estaban contando, cantando y bailando. La del flamenco y la de su relación con el artista. Se perdonan hasta los fallos de luz y sonido, porque se corrigieron a tiempo.

Canta, baila y disfruta, compartiendo su saber y su voz. Ya levanta la mano, abre las palmas, cierra el puño, que se agarra la chaqueta, toca su pecho, junta las manos y se abalanza. Y a cada gesto toma el aire que alrededor tiene, cada vez más. Y ahora extiende los brazos, y recoge uno y mueve el otro. Y manda, como los toreros mandan, como los cantaores buenos. Y templa.

Y, entonces,  se para el aire. Y Poveda ya no es Poveda que es la enciclopedia del cante hecha carne y que te lleva a ese punto donde no hay retorno. La carne de gallina, el nudo en la garganta y las lágrimas en los ojos. Y los lentos ademanes comienzan a repartir poco a poco el aire que fue recogiendo. Con la mano, con la frente, con los labios, con el corazón y con la garganta. Como un torrente, el viento fresco llega a todos los rincones de la plaza y nos impregna el cuerpo, la mente y el alma de sonidos, de sensaciones, que son la esencia destilada de lo mejor del flamenco.

Ahora no nos queda más que ser povedanos para toda la vida y disfrutar en nuestra memoria de una noche inolvidable. Yo estuve allí y le doy las gracias.

1 comentario:

Sonsoles dijo...

Pues vale, ya me lo he leido todo (y no entiendo cómo no me escribes un microrrelato para la agenda, hombre, con ese pedazo de texto sobre tu abuelo), y me lo he agregado a Favoritos.

Un micro ya, por favor.

Sonsoles