martes, 30 de agosto de 2011

La mirada del maestro.

El domingo 28 de Agosto de 2011 tuvo lugar en el Cementerio de Posadas, un acto en recuerdo de Antonino Sanz Toscano, maestro, y Alfredo Herrera Siles, Médico. Ambos fueron asesinados en la madrugada del 30 de Agosto de 1936.


Por iniciativa de Alfredo Herrera Casado y Luis A. Sanz Hidalgo, y con la inestimable colaboración de Joaquín Casado se han colocado unas flores en la tumba que comparten tres de las primeras víctimas del franquismo en Posadas (junto a ellos dos se enterró un tercer cadáver que no pudo ser reconocido).

Además de la ofrenda floral, junto con una sobrina de Alfredo Herrera, tuve el honor de leer unas palabras de recuerdo. Son las siguientes:



Cuando era niño se hablaba poco de algunas cosas y si se hacía siempre era bajito y con pocas palabras. Como niños vivíamos con curiosidad esas ocasiones, y más aún cuando se nos vetaban o se nos escondían.

Me llamo Antonino como mi abuelo, el padre de mi padre, al que no pude conocer. Había muerto joven, cuando mi padre tenía solo seis meses de vida. Me parezco mucho a él, según decían quienes lo conocieron, y como atestiguan las viejas fotografías que conservamos. En mi niñez, un halo de misterio rodeó siempre su figura. Eran otros tiempos.

Un día, en una mañana de verano, jugando en casa de Antonio Jiménez, su padre, Rafael, tomando el fresco cerca de la puerta del patio, me tomo de la mano y me dijo, con la dificultad con la que habla un hombre traqueotomizado, Yo conocí a tu abuelo Antonino, te pareces mucho a él, ¡que pena que lo mataran!, ¡una verdadera pena!


Y así comenzó la curiosidad, y comencé a preguntar y a indagar. Las tardes de verano, una vez recogido el toldo, eran propicias para charlar con la abuela Josefa de casi cualquier cosa, hasta del abuelo. Y, así, poco a poco, empecé a descubrir sus inquietudes, sus aficiones, sus pasiones, sus ideas, su trabajo. Y llegó el día en que me contó cosas de la guerra, de los días en el campo, de las dudas, del regreso al pueblo, de la detención y de aquella maldita madrugada que hoy recordamos.


Pocas cosas más. La tita Francisca me contó más cosas, mi tío Jose, mi padre, mi madre, Joaquín Casado, la abuela Salud, Luis Serrano y tantas gentes que lo conocieron y compartieron con él su vida. Y hemos venido descubriendo al poeta, al dibujante, al bailarín, al padrazo, al amante esposo, al hombre comprometido, al buen hijo, al amigo, al violinista, al dandy, al fotógrafo, al maestro y al abuelo.

Para que un sistema sin libertades pueda mantenerse en el tiempo necesita del miedo instalado en la sociedad y no hay otra forma más potente para generarlo que la violencia gratuita y las injusticias.

Hoy conmemoramos la muerte violenta e injusta de nuestros seres queridos, y también de los que cayeron a su lado. Podemos buscar causas o razones para intentar entender esta sinrazón. No existen. Escribir un artículo denunciando los privilegios de unos y las miserias de otros no es razón para morir. Denunciar las carencias sanitarias de un alto porcentaje de la población tampoco es razón para matar a un hombre. Bajar de la sierra en el momento más inoportuno, tampoco.

Solo es posible entender estos crímenes si somos capaces de entender que mientras más injusto son este tipo de actos más fácil es inocular el miedo para controlar una sociedad cautiva.

En libertad, ahora, podemos hablar de todo esto. Conocerlo y analizarlo. Antes no. Y la conclusión es que su desaparición física trajo el miedo, el silencio, pero no el olvido. Nuestra presencia aquí lo demuestra.

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Luis Alejo, hijo de Antonino Sanz Toscano
Nuestros seres queridos han estado presentes en nuestras vidas, acompañándonos. Algunos llevamos sus nombres, otros heredaron la miopía, o la forma de hablar, quizás, o ¿quién sabe si el gusto musical? Si miro a mi padre, a mis hermanas, a mis sobrinos y a mi hijo puedo encontrar algo que le pertenece, algo que es suyo y que permanece en el tiempo.



Esa es la derrota de sus verdugos. Ese es nuestro triunfo, su triunfo. Desaparecieron, pero no se han ido. Por eso estamos aquí hoy, después de 75 años, recordándolos y haciéndolos más presentes que nunca.

Me llamo Antonino como mi abuelo. En Rusia no entendían porqué quise que mi hijo se llamará como yo. Siempre he llevado orgulloso este nombre, aunque algún dolor de cabeza he tenido, y cuando me miro al espejo, reconozco en mis ojos la mirada del maestro cuyo retrato siempre ha estado en lugar preferente en casa de mis padres.

Un amigo me contaba que su abuelo le pidió que le contara a su nieto que su abuelo le había dicho algo que el abuelo de este último le había contado. Nueve generaciones transmitiéndose conocimiento. Ahí es nada.

Cuando le cuente a mi hijo porque se llama como se llama, le hable de los sorianos, de los Toscanos y de los Hidalgos, le pediré que le cuente a sus hijos y nietos que tuvo un bisabuelo, del que toma su nombre. Le contaré su vida y su ejemplo. Que mis ojos son los suyos. Y que, aunque mi hijo no tenga los míos, compartimos, junto con mi padre, la mirada del maestro y es por eso que habita siempre en nuestra memoria.

viernes, 26 de agosto de 2011

Casualidades, por Ana Borrego

No sé si pensar que ha sido el destino, la casualidad, el azar u otro Ser o seres  importantes al que muchos hacen responsable de nuestra existencia. Desde luego algo ha tenido que ser.

Hoy, 26 de agosto, hace un mes que celebramos el día de Santa Ana, día señalado en el calendario familiar, día de felicitaciones, celebraciones y regalos, casi siempre el 25 de julio a las doce de la noche. Este año, aproximadamente a esa hora, llegabamos al aeropuerto de Sevilla con nuestro “mejor regalo”, nuestro hijo.

Pero esta no es la única coincidencia. Iniciamos este viaje de forma oficial en mayo del 2008 y a los ocho meses, salidos de cuentas, nació un niño rubio de ojos azules que ahora está dormidito con su padre en la cama. 

Nuestra vida estará siempre unido a dos ciudades, Sevilla y Volgogrado, y a dos ríos, el Guadalquivir y el Volga. También a dos fechas el 28 de febrero, día de Andalucía y el 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, día de fiesta en toda la Rusia. En la primera, salimos de Sevilla rumbo a Moscú para conocer a Rostistlav, ese niño rubio de ojos azules, y en la segunda, volvimos de Volgogrado hacia Sevilla con un gran deseo: recibir pronto una llamada que nos dijera cuando podríamos regresar.

De nuevo el destino, la casualidad o… no sé qué. La llamada que nos comunicaba la vuelta a Rusia para concluir nuestro viaje y regresar con el pequeño “Nino”  llegó el 20 de junio, como regalo de cumpleaños de Antonino.

Lo cierto es que hoy día estoy segura de que, parafraseando a Arthur Schopenhauer, “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que las jugamos”. Por cierto que también lo dijo Stalin, del que la ciudad de Volgogrado tomó su nombre por algún tiempo, Stalingrado. Casualidades de la vida.

martes, 2 de agosto de 2011

Matria


Cualquier hora menos el mediodía. El sol está en todo lo alto y las sombras que su luz genera no son las más adecuadas, sobretodo en los rostros, que aparecen deformados e indefinidos.

Desde luego tampoco es aconsejable las mañanas estivales. La calima llena de bruma el fondo de la foto. El cielo pierde sus colores naturales y obliga a trabajar a altas velocidades y diafragmas pequeños.

Las reglas de la fotografía perfecta aconsejan huir de esta hora del día. Sin embargo hay momentos que no permiten la espera. Técnicamente seguro que no, pero para mí que esta es una foto perfecta.